Prólogo.
En
realidad la ciudad de Seoul, es bella por las luces de los edificios más que por las estrellas o la
luna pero yo esta vez sólo quería encontrar un sitio tranquilo en donde ver estas luces muertas de gases de helio e
hidrogeno que están cómo a cientos de años luz de mí.
Hay un
acantilado, cuesta arriba del rio Han donde puedes sólo estacionarte y ser cubierto por un árbol para volverte
invisible.
Cómo este sitio era algo desconocido no había contenciones que te
impídanse acercarte un metro más y morir
por caer desde la gran altura. Iría
a ahí por el resto de la noche. Sonaba a una buena idea, pero antes paré en una
cafetería, la única que parecía estar abierta y cubriéndome mejor con el gorro
de lana, entré.
La
campanita sonó junto con un recibimiento
agradable por parte de la dependiente. El interior era cálido, con luces tenues
y este olor a azúcar glaseada, vainilla, café y chocolate que me hace amar este
tipo de lugares.
Caminé con las manos dentro de mis pantalones recortados hacía
la caja mientras observaba directamente el menú de verde en la
pared. Entonces me detuve cuando alguien sostuvo la manga de mi suéter.
“Changmin- ah.”
Ladeé mi rostro
porque esa era la voz y esa era su sonrisa y esos eran sus malditos ojos que
han sido mi perdición más veces de las que quisiera considerar. Yo no quería verlos, pero Jaejoong ya
estaba ahí con los brazos hacía mí a
punto de abrazarme. No pude moverme en
cuanto sentí la calidez de su cuerpo nuevamente contra el mío. Su cabello contra mis pómulos y el perfume, lluvia y cigarrillo que instantáneamente me hizo recordar aquel
día. Me deshice de ese agarre de la
forma más rápida y amable posible.
Jaejoong continuó
con su sonrisa aturdidora sin darse cuenta,
sus ojos en media luna sólo me observaban a mí.
“¿Cómo has
estado?” Su mano seguía en mi muñeca, y
eso estaba bloqueando en serio la interacción con mis neuronas.
“Bien, sí. Aunque
ahora…” Mordí mis labios. “Um, debo irme. Llevo algo de prisa.”
“Claro. No olvides
ordenar tu moca de caramelo.” Se encogió de hombros. Su mirada había bajado a sus pies mientras
apartaba su mano. Yo suspiré y asentí.
Él
sacó su celular del bolsillo cuando recibió la llamada, y yo aproveché esto para avanzar a la caja y
pedir, en efecto, el moca. Jaejoong estaba espaldas a mí y yo podía sentir sus
ojos atravesándome mientras hablaba con alguien más.
Al
recibí mi orden, un par de minutos después, las campanillas de la puerta se
escucharon. Me dí la vuelta con una parte de mí queriendo qué Jaejoong aún
estuviera esperándome afuera y entonces, sí, ahí. Recargado contra su coche,
tecleando hábilmente algo en su móvil con una mano y la punta de la lengua entre sus labios. Con la derecha sostenía su americano, sus dedos índice y anular sostenían un
cigarrillo ya encendido.
Mis
pasos hacia la salida fueron pesados, al igual que la sensación brumosa en mi
pecho. Pero no dolía. Era como si me hipnotizara de nuevo la simple imagen de todo él. Su figura, la silueta del humo de
cigarro contra sus dedos, el brillo de su cabello rubio hacía atrás. Incluso
sus ojeras, y la palidez de su rostro me atraían.
Me
acerqué, él levantó la mirada directamente hacía mi y sentí como los ojos se me
nublaban y olvidaba absolutamente todo el enloquecedor daño que Jaejoong
siempre me hacía.
"Hyung..."
“¿Éstas
libre, pequeño?” Sonrió, me veía cómo si
yo fuera el principio de todo, cuando era precisamente él quien terminaba
conmigo siempre.
Y
después de eso yo tendría que tomar mi tiempo para recuperarme sanar y volver a
extrañarlo. Entonces el regresaría por su dongsaeng, el circulo vicioso era
así. Yo lo había aceptado esa noche del 2011 y esta noche también lo aceptaba.